YAHYA HASSAN



INFANCIA 
CINCO HIJOS EN FILA Y EL PADRE CON UN PALO EN LA MANO
LLANTO Y UN CHARCO DE ORINES
UNO POR UNO OFRECEMOS LA MANO
EN ANTICIPACIÓN DEL CASTIGO QUE LLEGARÁ
EL SONIDO DEL GOLPE
UNA HERMANA QUE SALTA
VELOZ DE UN PIE A OTRO
LOS ORINES BAJAN EN CASCADA POR SU PIERNA
PRIMERO UNA MANO LUEGO LA OTRA
SI NO TE APURAS EL GOLPE CAE DONDE CAIGA
UN GOLPE 
UN GRITO 
UN NÚMERO 
30 O 40 O 50 A VECES
Y LA PATADA EN EL CULO CUANDO PASAS LA PUERTA
UN HERMANO QUE ÉL LEVANTA POR EL HOMBRO
Y SIGUE CONTANDO Y GOLPEANDO
A LA ESPERA DE MI TURNO MIRO AL PISO
MAMÁ QUIEBRA PLATOS EN LA ESCALERA
MIENTRAS AL JAZEERA TRANSMITE NOTICIAS
BULLDOZERS MUY ACTIVOS Y CUERPOS QUEMADOS EN PEDAZOS
LA FRANJA DE GAZA EN LA RESOLANA
QUEMAN BANDERAS
SI UN SIONISTA NO ACEPTA QUE EXISTIMOS
NO EXISTIMOS
CUANDO NOS TRAGAMOS EL DOLOR Y EL MIEDO
CUANDO ANHELAMOS RESPIRAR Y DARNOS SENTIDO
NO PODEMOS HABLAR ÁRABE EN LA ESCUELA
NO PODEMOS HABLAR DANÉS EN CASA
UN GOLPE UN GRITO UN NÚMERO


PADRE MI HIJO NO NACIDO

DERRAMO VEINTE LITROS DE OSCURIDAD
Y UNA INFANCIA EN LAS PAREDES
UNA MANO DE LA EDAD DE PIEDRA
UN CORÁN EN EDICIÓN DE BOLSILLO
TAL VEZ YO TE HABRÍA AMADO
SI HUBIERA SIDO TU PADRE Y NO TU HIJO


YAHYA HASSAN  (19 MAYO 1995 – 29 ABRIL 2020)

JUAN SANTOS ATAHUALPA

 

En un solitario altar de la patria 

Lúgubre, olvidado, subversivo

Al lado de Túpac Amaru  

El busto de Juan Santos Atahualpa 

Nadie sabe si lo mataron 

Perseguido 

Pretendió un Perú indígena soberano 

Hoy en San Ramón, en la selva peruana 

No lo olvidan 

Un colegio de niños lleva su nombre 

Y voces claman desde el fondo de la jungla 

Una voz, a una voz, a centurias 

Voces olvidadas, desaparecidas, dormidas 

La voz de Juan Santos Atahualpa 

Que trataron de silenciar y minimizar 

Que subvirtió ese Perú cortesano 

Tan acostumbrado a la explotación 

Tan acostumbrado a no dudar 

Ese que sangra como la shiringa 

Juan Santos Atahualpa subvirtió al Perú 

Desagusanó lo agusanado 

Cambió el orden 

Porque un subversivo no es un terrorista 

No son sinónimos, no son lo mismo 

En todas las voces a una sola voz 

El terror es la muerte, la subversión es la vida 

Imposible no ser subversivos 

Como Juan Santos Atahualpa 

Imposible no ver la sangre en la tishelina


 
Juan Ochoa López (Lima, 1965 - 2020)

Juan Santos Atahualpa, pintura de Etna Velarde

La sangre como un río


A Fanny Palacios, mi amiga 

 

 Ciego es quien no observa al pueblo levantado. 

 Quien no se da cuenta cómo late. 

 Ciego quien, teniendo ojos,

 se hace de la vista gorda. 

 Y quien, envilecido por el egoísmo, 

 no mira más allá de sus narices. 

 Dos veces ciego 

 quien cree que contempla bien el horizonte 

 y no se da cuenta 

 que hay hambre en la raíz y en el cimiento. 

 Ciego quien cree que, arrancándole los ojos a la masa, 

 la convertirá en guiñapo 

 e ignora que somos el halcón inmortal, 

 hijo del Dios montaña. 

 Ciego quien no se pone en el lugar de los ciegos 

 y no sabe lo que es llevar del brazo al hombre 

 o la mujer que mira profundo, 

 con los anteojos caleidoscópicos del alma. 


 Me quitarás los ojos con tu pólvora, 

 me arrancarás el iris con tus balas, 

 volarás mi retina en mil pedazos 

 y creerás que, oscureciéndome, 

 por fin me habrás vencido. 

 Pero yo seguiré mirándote desde mi libertad de fuego 

 y desde mi antorcha shupihui luminosa, 

 porque provengo de esa luz que no se apaga nunca: 

 la de la hoguera rojo sangre de mi pueblo 

 que corre como un río.


Juan Ochoa López (Lima, 1965 - 2020)

Navegando el Amazonas



Cada vez que navegamos el Amazonas  
Nos transformamos en batracio o en hormiga 
En grano de arena en el desierto verde 
En un punto aparte en medio de la Biblia 
Minúsculos, grotescamente amebas 
Protozoarios con zapatos 
Y aún así el Padre
Nos mece con generosa misericordia 
Se conduele de nuestra microscopía 
Y de todas las pamplinas que inventamos 
Como la cibernética o la democracia 
Las propiedades o las fronteras 
Que cuando navegamos a este padre Amazonas 
No nos sirven, francamente, para nada. 

 

 (Río Amazonas, 2010)

 

Juan Ochoa López (Lima, 1965 - 2020)

Foto: Juan Ochoa López

 


YAWAR

A mi hermano Junior, el rey enjaulado de Ucayali

 

            A mi hermano Junior, el rey enjaulado de Ucayali

 

Jaguar negro, Dios de la amazonía 

Señor de la muerte 

Wiso ino, ino moxo

Hermoso yanapuma del Perú. 

Los hombres no comprenden tu sufrimiento

El querer volver a tu jungla, a tu reino

Donde puedes hipnotizar al tapir 

O al cazador del monte

Matarlos y degustar sus sesos crudos 

Como lo hacías por Purús, selva adentro

No sé si te acuerdas

Por eso tu nombre es sangre, yawar.

Jaguar negro, señor de la oscuridad

Ojalá que los peruanos entendamos 

Que a un rey no se le debe dar una jaula 

Ni un encierro digno

La libertad, es lo que mereces. 

Castiga a tus carceleros 

Que sufran por el encierro

No tengas piedad 

Matsonsori, otorongo negro 

Yo abogo por ti noble señor de la sangre

Joya de la naturaleza

Máquina perfecta en equilibrio

En músculo y elasticidad.

Si nadie te defiende, al menos sabrás que Juan

Tu hermano, habla por ti.

Perdóname la audacia de llamarte hermano

Pero conocí a tu padre y a tu hija 

Y tu familia es como mi familia

Y somos hermanos de sangre 

En el amor universal hacia tu jungla.

Jaguar, yawar, sangre de mi sangre.

Me dueles tanto, hermano.

 

(Pucallpa, enero, 2009)

 

Juan Ochoa López (Lima, 1965 - 2020)

Foto: Juan Ochoa López

BIBLIOTECA AMAZONICA Juan Ochoa López


A seis meses de su partida, el 14 de enero de 2021, se inauguró la Biblioteca Amazónica "Juan Ochoa López", en el Centro Cultural del Restaurante Mishkina, ubicado en la Av. República de Panamá 6553, San Isidro.
La biblioteca alberga todos los libros de temática amazónica, más de 250 ejemplares, que nuestro entrañable amigo, el escritor, poeta y periodista, Juan Ochoa López fue adquiriendo con admirable esfuerzo y paciencia durante su vida. Hoy gracias a su hermana Rosa Ochoa López, a su amigo Edgardo Rojas Prada y la ONG Amazonía para el mundo, podrán ser difundidos.


Edgardo Rojas Prada y Rosa Ochoa López


LUPUNA

Por Juan Ochoa López



“Mata a tu mujer con la maldición de la Lupuna, que no merece vivir la condenada” fue el frío consejo del brujo de la aldea. “Déjala que, por ahora, se ría a tus espaldas. Llegará la noche en que, del tronco mágico de aquel árbol maldito, surja el demonio ‘Chullachaqui’, el de los pies torcidos, que la va a rastrear, encontrar y destruir. Tú espera nomás, cholo, la Lupuna es madre y es justicia. Y no te preocupes porque venganza de selva no es pecado”. 

 La Lupuna es el árbol diabólico de la Amazonía peruana. Posee el ombligo abultado porque dicen que, cada año, gesta un hijo de Satanás, quien la embaraza religiosamente todos los Viernes Santo. Las lupunas preñadas procrean bebés deformes que ofenden la belleza de los crepúsculos. Los ataúdes de los brujos satánicos se hacen con la madera de sus troncos. Esos féretros ayudan a las almas oscuras a descender más rápido al infierno submarino donde les aguarda la Yacumama, la gigantesca madre serpiente, que devora a sus hijos demonios y que duerme el sueño eterno mientras, lenta y maquinalmente, los digiere. 

 La Lupuna es tronco misterioso y muerte en plena jungla, además de revancha. En secreto, las lechuzas, las anacondas y los otorongos negros llegan a los pies de ese árbol siniestro para absorberle un poder milenario que los hace inmunes a la fiebre y a las balas. Y hoy que mi mujer se ha marchado con otro hombre, el brujo ‘ayahuasquero’ me sugiere que la “lupunee”. Debo hacerlo porque, según las leyes sagradas de la selva, toda perfidia conyugal se paga con la muerte. En la espesura, además, la piedad no existe. La boa constriñe, la lluvia arrasa, el río ahoga, la piraña cercena, el sol afiebra, la hormiga devora, la flecha envenena, tú lo sabes, hermano: “Para que en la Amazonía haya orquídea y paraíso no puede existir perdón ni misericordia”. 

 Pero, cristiano enamorado a fin de cuentas, dudo en cumplir tan macabro rito mágico - funerario: abrirle un orificio al tronco de la Lupuna, colocar dentro una fotografía pequeña de mi mujer y cubrirla con la misma madera del árbol maldito. Eso sería suficiente. En la tercera noche posterior a ese hechizo, la pobre soñaría sangre, tarántula y estiércol y, unos días después, un sudor frío y mortuorio brotaría de sus pechos hermosos, donde tantas lunas estacioné mi lujuria. Su muerte sería irremediable. 

 Miles de traidores han muerto por Lupuna en la Amazonía peruana. Y desde antes de los Incas y de los soldados españoles ¿O ya olvidaron que, hace tres siglos, los indios ashaninkas le sustrajeron unos cabellos a un cura franciscano para embrujarlo en el árbol maldito? A la semana siguiente, eliminaron al sacerdote en su propio altar y, para colmo, lo sacrificaron al estilo “cashacushillo” (“puercoespín”), no una sino muchas flechas, hasta que el infeliz pastor de Dios quedó atravesado y petrificado como una bola de púas junto a sus dos monaguillos. Cuando capturaron al asesino que encabezó tan sacrílego crimen confesó que no supo bien qué le empujó a aplicar “cashacushillo” al fraile, pero para nadie era un misterio que el diablo vengador de la lupuna, el más perverso de todos los sortilegios del mundo, había poseído previamente al despiadado criminal. 

 Indeciso, le consulté a mi Madre Selva si debía consumar mi venganza. Siempre busco la luz y las respuestas en ella cuando una sombra incierta me persigue, cuando la más mínima duda cruza y me enfría los hombros. Ella tiene la sabiduría de todos los jaguares y habla siempre al centro mismo del alma, esclareciendo y allanando. Fui a la orilla del río poderoso y le conté a mi Madre Selva del amor traicionado por mi mujer, de toda la sinceridad que hubo en mis manos, de la inocente devoción que los ojos y el sexo de ella siempre me inspiraban. Porque mi amada ostentaba varias sublimes y suculentas puertas, hoy lejanas por una deslealtad que duele más que el aguijón de la raya cuando se incrusta en la pezuña del hombre de la jungla.

 “Lupuna entonces, hijo, muerte segura y todo acaba” sentenció mi Madre Selva, luego de escucharme. “Tienes mi licencia, no medites, limpia la hierba mala, véngate con Lupuna diablo, ya te dije que nunca pienses mucho, ritualiza su muerte y purifícate que lupuna es garrote, ley divina. Yo te lo ordeno”. Una música delicada brotó de lo más negro del río Amazonas mientras las anguilas se quedaron quietas, también los delfines bufeos, las nutrias insaciables, los pájaros paucarillos, todos como estatuas coloridas de carne, petrificadas y humildes porque la Madre Selva había hablado desde su trono sagrado. Mientras tanto, en la tierra firme, en pleno bosque de Loreto, una Lupuna algo joven ya me estaba aguardando para cumplir la ceremonia letal de mi venganza.

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 Medité lo que iba a hacer y decidí, por fin, entregarme al acto de la muerte. El árbol maldito me recibió con su ancestral desconfianza (la Lupuna te observa cuando llegas, adivina tus odios, mide todas tus flaquezas y sabe que, como las prostitutas, tarde o temprano terminarás cobijándote en ella). Mi cuchillo laceró su tronco satánico, le abrí una cavidad menuda, coloqué en ella una fotografía y cerré el encargo con el mismo engendro de su madera. El diablo de la Lupuna, en las entrañas del árbol, observó la foto y le oí reír grotescamente. Como respuesta, oriné sobre el tronco en señal de desprecio hacia esta depravada especie forestal, solitaria y tan macabra que, igual que los árboles “renaco”, ahorca cruelmente con sus ramas a todos los infelices troncos y arbustos que osan brotar a su lado. 

 Volví a mi casa, a mi abandonado lecho marital, a aguardar, resignado, a que la magia de la selva surta efecto. Como es costumbre en la Amazonía, alisté una caja mortuoria de madera de capirona con una imagen del Santo Cristo de Bagazan para la fúnebre hora final cuando llegue la inevitable venganza. Efectivamente, tres días después, el diablo ‘chullachaqui’ de la Lupuna emergió violentamente del tronco, vio la imagen fotográfica que le dejé, la rastreó como un sabueso por la jungla y llegó a mi casa, extrañado, a cumplir con su macabro rito. Me miró sorprendido, atónito y con algo de admiración. Una hemorragia brutal, interna, explosiva, pulverizó mis órganos vitales e hizo derramar ríos de sangre por mis uñas y mis ojos, como si alguien me hubiera inoculado el veneno de la serpiente shushupe. 

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 En su trono sagrado, mi Madre Selva lloraba inconsolablemente por mí, cobarde suicida. Y la Lupuna siguió de pie, gestando a su feto diablo, mientras las termitas profanaron su tronco, hallaron mi fotografía en un orificio y se la comieron.



Juanito


Juan Ochoa López
Lima, 20 Nov 1965 - 14 Jul 2020

Lamentamos la partida de Juanito, Juan Ochoa López, amigo entrañable. Escritor brillante. Miembro de esta editorial. Nos deja sin palabras ante tanta tristeza. 

"Ucui Huayancui, saca el alma decía, en idioma Shawi, saca y rescata el alma de Juan, Sasarun Martín Pescador. Cierra los ojos, Juan, hasta que lo veas. Y vi nítidamente al Sasarun Martin Pescador cayendo en picada sobre el agua de Tamshiyacu como una flecha, como un virote dardo luminoso, hasta coger una sombra blanca que estaba como un trapo en el fondo del mundo. Levantó la sombra el sasarun, bien sinchi fuerte, mágico y sinchi, fortísimo y capturó mi sombra ya vencida. Entonces, el sasarun aleteó en medio del agua submarina, tomó poder y emergió a la vida con la sombra de mi alma sobre el pico…Y el alma, mi alma, volvió a meterse al cuerpo, mi cuerpo, como un vapor venido del río mismo". 
Del libro El amor empieza en la carne de Juan Ochoa López

Historia de un duro hijo de puta


Vino a la puerta una noche mojado flaco golpeado y aterrado
un gato blanco bizco sin cola
lo metí y alimenté y se quedó
empezó a confiar en mí hasta que un amigo subió por mi cochera
y lo atropelló
llevé lo que quedó a un veterinario que dijo, “no mucho
por hacer… dele estas píldoras… su espinazo
está destrozado, pero estuvo destrozado antes y de algún modo
se arregló, si vive nunca caminará, mire
estos rayos X, ha sido baleado, mire acá, los perdigones
están aún ahí… también, una vez tuvo una cola, alguien
se la cortó…”
Me llevé al gato, era un verano caliente, uno de los
más calientes en décadas, lo puse en el piso
del baño, le di agua y píldoras, él no comería, él
no tocaría el agua, yo sumergía mi dedo
y mojaba su boca y le hablaba, no iba a ningún
lugar, puse un montón de tiempo de baño y hablé
con él y lo toqué suavemente y él me devolvía la mirada
con esos ojos bizcos azul pálido y cuando los días pasaron
hizo su primer movimiento
arrastrándose con sus patas delanteras
(las de atrás no funcionarían)
lo hizo hasta su cama
se trepó y dejó caer,
fue como la trompeta de la posible victoria
soplando en ese baño y en la ciudad, yo
le conté a ese gato –yo la había pasado mal, no así
de mal pero bastante mal…
Una mañana se levantó, se paró, se cayó y
sólo me miró.
“Tú puedes,” le dije.
Siguió intentando, levantándose y cayendo, finalmente
caminó algunos pasos, estaba como un borracho, las
patas traseras no querían hacerlo y volvió a caer, descansó,
luego se levantó.
Ya saben el resto: ahora está mejor que nunca, bizco,
casi sin dientes, pero la gracia regresó, y esa mirada
en sus ojos nunca se fue…
Y ahora a veces soy entrevistado, ellos quieren oír acerca
de vida y literatura y yo me emborracho y sostengo mi bizco,
baleado, atropellado y desrabado gato y digo, “¡miren, miren
esto!”
Pero ellos no entienden, ellos dicen algo como, “¿usted
dice que ha sido influenciado por Céline?”
“no,” yo sostengo al gato, “¡por lo que pasa, por
cosas como esto, por esto, por esto!”
Sacudo al gato, lo sostengo
en la luz humosa y borracha, está relajado, él sabe…
Es entonces cuando las entrevistas terminan
aunque estoy orgulloso a veces cuando veo las imágenes
más tarde y ahí estoy yo y ahí está el gato y somos fotografiados juntos.
Él también sabe que son todas estupideces pero que de algún modo todo ayuda.

Charles Bukowski

Río Amazonas

Padre Amazonas, 
caudaloso Dios de lo profundo 
Eterno, vital, letal y sexual 
Padre Amazonas, 
reencontrado gigante 
Inigualable 
Cuerpo de arteria oscura, 
que ahoga toda la muerte, 
que procrea el latido acuoso del planeta 
Hacedor de diluvios y delfines 
Músculo transformado en agua, 
leyenda convertida en nada 
Todo lo abarcas, 
nadie podría interrumpir tu furia, 
tu descomunal ternura, 
tu diario acto de amor sobre la selva 
Que sin ti sería una rosa 
Triste y muerta. 

Juan Ochoa López 
Río Amazonas, Loreto, octubre de 2008

La primera vez que Blanca Varela oyó hablar de César Vallejo

Blanca Varela / Foto: Herman Schwarz

"La primera vez que oí hablar de Vallejo, siendo aún muy joven, fue a alguien muy cercano, pariente o amigo de familia, no lo sé, que citaba —siempre a las horas de comida— burlonamente la siguiente línea: «los alegres tiroliros de los cubiertos». Cuando encontré ese verso en TRILCE, esa frase me pertenecía, y no en el contexto del crítico de marras ni del propio Vallejo. Esos cubiertos eran míos y sus tiroliros también. Pero mi primera lectura juvenil y seria de Vallejo fue más tarde, tal vez en la universidad. Me turbó, me hizo casi llorar, me dio risa, y me quedó sonando en la cabeza y en el corazón para siempre. Lo que sí supe desde el primer momento, entre la oscuridad y el deslumbramiento de esa poesía, es que todo joven poeta debía huir momentáneamente de él. Era demasiado. Pero quiero permitirme hablar aquí también de mi última lectura de Vallejo hace pocos meses: me turbó, me hizo casi llorar, me dio risa y sigue, como siempre, sonando en mi cabeza y en mi corazón."
Blanca Varela


La revista Vallejo & Co., muestra una hoja tipeada y corregida por Blanca Varela, en la que la poeta cuenta cómo conoció y qué sintió al leer, por vez primera, al poeta César Vallejo. El documento ha sido recuperado y forma parte del Archivo Blanca Varela.

Gregorio Martínez en Coyungo

Gregorio Martínez / Foto: Herman Schwarz

Los restos del destacado escritor peruano Gregorio Martínez (Coyungo, 1943 - Virginia, 2017), descansan, finalmente, en su mítico pueblo de Coyungo desde el 7 setiembre de 2017.

En una ceremonia en Nasca fue declarado hijo ilustre y próximamente se levantará un monumento en su memoria en un parque principal de dicha ciudad.

En Lima fue velado en la Sala Paracas del Museo de la Nación, el sábado 2 de setiembre, donde se llevó a cabo una ceremonia de honras fúnebres en la cual participaron representantes de instituciones académicas, culturales y literarias: la Biblioteca Nacional del Perú, La Cámara Peruana del Libro, La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, El Grupo Narración, La Casa de la Literatura, El Grupo de Estudios Arguedianos, entre otros.

Libros de Gregorio Martínez:

  • Tierra de caléndula (1975)
  • Canto de sirena (Premio de Novela José María Arguedas 1977)
  • La gloria del piturrín y otros embrujos de amor (1985)
  • Crónica de músicos y diablos (1991)
  • Cajón de sastre: entre pornógrafos y alta costura (1999)
  • Biblia de guarango (2001)
  • Guitarra de Palisandro (Premio Copé de Cuento, 2002)
  • Cuatro cuentos eróticos de Acarí (2003)
  • Libro de los espejos, 7 ensayos a filo de catre (2004)
  • Diccionario abracadabra. Ensayos de abecechedario (Premio Copé de Ensayo, 2009)
  • Mero listado de palabras (2015)

Marcelo Báez gana el Premio de Novela Miguel Donoso

Marcelo Báez Meza, es autor de Bonsáis, libro editado por Pilpinta

El escritor guayaquileño Marcelo Báez Meza es el ganador del Premio de novela corta que entrega por segunda ocasión la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Báez ganó la tercera edición del certamen que entrega un premio único de $ 10.000, por su novela 'Nunca más Amarilis'.

A través de esta novela, Báez arma la biografía de Márgara Sáenz, poeta guayaquileña, autora de un poema único titulado 'De Otra vez Amarilis', publicado en 1972, en la antología Poemas del amor erótico (Lima, Editorial Mosca Azul, 1972). Báez lo leyó a mediados de los 80 y desde entonces quiso escribir sobre su autora. Posteriormente, internet lo popularizó y era objeto de culto underground.
De acuerdo al autor, durante mucho tiempo circuló la noticia de que la poeta era invención de un grupo de escritores peruanos. “Mi novela intenta darle voz y cuerpo a un ente que pululó en el aire durante tanto tiempo. Se toman prestados los discursos del ensayo, el artículo de revista indexada, el diario íntimo, la crónica, el poema en prosa, la entrevista, la epístola y la cronología. En este sentido se pasa revista a la vida de la poeta desde su más temprana edad hasta su vejez”, dijo Báez en un correo electrónico.

Báez además alumbra la obra de Sáenz a través de fragmentos de otras obras de la escritora guayaquileña, pues dice que la tendencia siempre ha sido comentar el único poema que se le atribuye. “Ya que la escritora habla en primera persona del femenino singular, el gran desafío fue doble: hacer verosímiles sus vivencias y hacer creíbles sus textos poéticos”, agrega Báez.

Báez ganó en 2012, el Premio Aurelio Espinosa Pólit, de poesía. Es autor de una docena de libros, entre los cuales figura 'Bonsáis', ganador del I Concurso de Cuento Breve Jorge Salazar, organizado por la editorial Pilpinta. Con su libro 'Catador de arenas' ganó el IX Concurso Nacional de Literatura 2005, en el género de novela.

La novela será publicada por la Dirección de Cultura y Promoción Cívica del Municipio de Guayaquil. La premiación está programada para el próximo 6 de septiembre.

Ecuador, Jueves, 24 Agosto 2017, diario El telégrafo www.eltelegrafo.com.ec


La mujer de Lot


Cuando se volteó, no fue ella quien se convirtió en sal, sino la ciudad que iba dejando atrás.


De "BONSÁIS" de Marcelo Baez Meza
* Este libro es ganador del I Concurso de Cuento Breve “Jorge Salazar”, concedido por el siguiente jurado: Timo Berger, Mercedes Gómez de la Cruz,  David Hidalgo, Elma Murrugarra y Jocelyn Pantoja de Luna.  

Dibujo: Jorge Polar Elorreaga